I. La construcción del mito
Roma, la capital del imperio más poderoso de la antigüedad, es hoy un condensado inigualable de estratificaciones históricas. Pocas ciudades en el mundo han sabido amalgamar, a través de los siglos, tantos edificios, tantos estilos, tantos lenguajes. En efecto, a diferencia de otras capitales europeas, Roma supo defenderse de las destrucciones y de las transformaciones radicales, conservando de manera ejemplar la esencia y el significado de sus antigüedades. Esa pacífica resistencia, junto al orgullo de un pasado que la gratifica y enaltece, fortifican la base de ese inexplicable y asombroso proceso.
II. Uso, reutilización y estratificación
Conciernen sobre todo la ciudad medieval, que surge y se nutre de la ciudad antigua: nuevas iglesias renacen entre los restos de los templos paganos, los suntuosos mármoles de los palacios imperiales se convierten en fragmentos de pavimentos y sobre las estructuras antiguas se van gradualmente asentando nuevos usos. La grandeza del pasado se desvanece, pero no desaparece completamente: queda en sordina, sobrevive a las invasiones bárbaras, asiste al menguar de su importancia con el traslado de la capital a Constantinopla y acompaña a la ciudad en todos los eventos que la afectan, convirtiéndose en leyenda. En este inexorable proceso, el Cristianismo se abre paso y se afirma saturando magistralmente el vacío que la caída del Imperio Romano de Occidente ha ido dejando.
III. La recuperación de la antigüedad
A partir del tardo Medioevo, el mito de Roma resurge nuevamente a través de iniciativas imperiales o papales, orientadas a recuperar ese prestigio empañado por siglos de abandono, pobreza y olvido. Su finalidad es devolver a la ciudad la centralidad que los sucesos históricos le había arrebatado. Bonifacio VIII inicia lo que se convertirá en el evento más significativo para mundo cristiano: el Jubileo. Con los miles de peregrinos que, a partir de 1300, visitarán Roma como alternativa a Jerusalén, Roma recobra su papel estratégico en Europa: ninguna otra capital podrá ofrecer una alternativa capaz de superarla. Seguirán tres siglos de riqueza cultural en los que la antigüedad romana se convierte en el principal modelo de inspiración. En 1536, durante la visita del emperador Carlos V a Roma, los monumentos de la época imperial vuelven a ser protagonistas, en una puesta en escena, de indudable eficacia, organizada por el papa Paulo III.
IV. El triunfo del Barroco
Pocas ciudades en el mundo ostentan espacios urbanos tan conocidos como Roma, si bien éstos no hayan sido realizados en un solo momento y sean el resultado de modificaciones graduales ocurridas a través de los siglos con aportaciones arquitectónicas amalgamadas – a veces armónicamente y a veces no – a las preexistencias. Pero al contrario de las transformaciones físicas, esos espacios mantuvieron sólidamente usos y significados simbólicos ligados a las esferas del poder político y religioso y, sobre todo, a las formas de representación de esos poderes. La plaza de San Pedro, la plaza de España, la de la fuente de Trevi, la plaza del Popolo y muchas otras testimonian ese alternarse de procesos de conservación e innovación, que se suceden a través de mutaciones lentas que confirman el significado histórico de esos lugares. Iniciativas papales, pero también propuestas ciudadanas o diplomáticas, se reflejan en el desarrollo de una cultura arquitectónica que dará sus mejores frutos en el siglo XVII, cuando florece el Barroco y se emprenden operaciones de mejoramiento urbano que conferirán a esos espacios la fisonomía inconfundible que hoy identifica a la ciudad a nivel planetario.
V. El redescubrimento de la antigüedad
Meta sin igual del Grand Tour, Roma es, a partir de mediados del siglo XVIII, objetivo central de los estudios de intelectuales, escritores, artistas, arquitectos, que aspiran a recorrerla, dibujarla, analizarla, comprenderla. Las reacciones que la ciudad suscita en cada uno de los visitantes son contradictorias y sorprendentes. De Goethe a Le Corbusier, los testimonios reflejan la complejidad y la riqueza de una ciudad, que puede ser captada, interpretada y descrita de mil maneras diferentes. Ulterior episodio está constituido por la elección de Roma como capital de la Italia Unida en 1870, que vuelve a referirse a la antigüedad como valor absoluto capaz de representar y unificar un país formado por un mosaico de culturas, tradiciones e historias significativamente diferentes. En la primera mitad del siglo XX, el distrito del E42, concebido como Nueva Roma, propone una reinterpretación en clave contemporánea de la Roma imperial y, en la postguerra, una vez recuperado el optimismo después de la derrota bélica, se despliega en el horizonte el mundo contemporáneo. La gráfica de las Olimpiadas de 1960, con la elección de los restos romanos como escenario para algunas competencias, junto con más recientes expresiones de arte, fundadas en los temas de la Roma æterna, confirman, una vez más, la inmortalidad de ese mito.
VI. Roma æterna en el México centenario
La presencia cultural de Roma en México tiene varias centurias de existencia y ha pasado por diversas formas: la devoción, el modelo artístico y el coleccionismo institucional. Desde la llegada de los jesuitas en 1572, arribaron a la Nueva España imágenes sacras procedentes de Roma que se arraigaron en las veneraciones de los novohispanos. Después de la consumación de la Independencia, el país volteó a ver a Roma como modelo cultural; maestros y diversas obras provenientes de la Ciudad Eterna se convirtieron en modelos para los artistas en formación. Finalmente, en el siglo XX, los acervos de los museos se enriquecieron con originales y réplicas del arte romano con el fin de mostrar a los mexicanos la historia de aquella civilización.
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